¿Tuvimos un hijo

Capítulo 208

Anastasia había querido comprar vasos desechables, pero siempre se le olvidaba. A la fecha, no estaba segura de cuántas veces había bebido del vaso de Elías. Cuando sonó su teléfono, salió de su nube de pensamientos. Lo tomó y aceptó la llamada al mirar quién llamaba. —Hola, señorita Cazares. —¡Le tengo buenas noticias, señorita Torres! Las ventas de hoy llegaron a quince millones. Aunque los clientes no vinieron juntos, cada uno compró joyas con un valor de más de un millón. ¡Nunca había visto un movimiento tan asombroso desde que empecé a trabajar aquí! Ante esto, los bellos ojos de Anastasia se llenaron de sorpresa, pero se preguntó cómo fue que estos clientes habían llegado a su tienda. Estaba segura de que no había reunido a sus amigos ni familiares para que la apoyaran; además, aún no había hecho publicidad de la tienda ni de los productos. «¿Serán clientes que decidieron llegar a la tienda de repente?», pensó. No hacía falta decir lo eufórica que se sentía por cómo resultaron las cosas; le gustaría creer que el destino estaba siendo bondadoso con ella. Mientras se intensificaba la brisa nocturna, recordó que ya estaban en pleno otoño. Parecía muy pronto que, tras haber vuelto a este país en agosto, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba por llegar noviembre. Habían pasado muchas cosas en los últimos meses, pero la más importante fue que Elías se hubiera integrado en su vida. Se presentó sin avisar de antemano, como una tormenta que nadie pudiera pronosticar, y era tan exigente que no soportaba que ella lo rechazara. Lo más frustrante para Elías tal vez era que podía hacerla sentir como si las llamas ardieran en ella, pero a ella no le importaba para nada. Ella quería que él hiciera todas esas cosas, que ese placer se metiera bajo su piel y la consumiera. «¿Estoy tan desesperada por sentir el tacto de un hombre?», pensó, preguntándose si su soledad la había hecho sentir esos impulsos primitivos cuando estaba sola y si esto ocurriría si estuviera con otro hombre. Si este fuera el caso, solo demostraría que se sentía sola y que no tenía nada que ver con el mismo carisma de Elías. Tras considerarlo, se sintió inspirada por encontrar a un hombre decente que le gustara y tener un romance con él. Podría ser una aventura platónica, que sería suficiente para distraerla de los efectos que tenía Elías en ella. De esa forma, no despertaría cada mañana pensando en ese hombre. Ya le aterraba la posibilidad de algún día volverse dependiente de él. A eso de las 9:00 de la noche, Elías regresó al departamento con Alejandro a cuestas. El pequeño estaba empapado en su propio sudor, pero le encantaba su tiempo de juego, pues miró a Elías con seriedad y le dijo: —Señor Palomares, lléveme mañana al parque. Quiero subirme a las barras del mono. —Te lo prometo que lo haré —le contestó con una sonrisa. Anastasia se les acercó y señaló: —Alejandro, no puedes hacer que el señor Palomares venga todos los días a jugar contigo. Él es un hombre ocupado y no está bien que le quitemos su tiempo, ¿de acuerdo? —En cuanto dijo esto, sintió que le lanzaron una mirada. Elías era un hombre sensible y, aunque ella fue ambigua, él pudo entender su intención: estaba tratando de mantenerlo lejos de Alejandro. —¿En serio? Está bien —contestó el niño, asintiendo con la cabeza. —Vamos, ve por tu pijama antes de darte un baño —dijo Anastasia, tomándolo de la mano. El pequeñín entró a su cuarto e hizo esto. En ese momento, Anastasia se dio la vuelta para ver que Elías había tomado el vaso lleno de agua que le había servido antes y, sediento, bebió de él. Ella se sonrojó y decidió que iba a conseguirle una taza si sus visitas iban a ser frecuentes. —Presidente Palomares, es tarde y debería irse a casa —le recordó con firmeza pero con cortesía. —¿Por qué sigues llamándome presidente Palomares? Puedes llamarme por mi nombre cuando estamos solos —dijo, descontento, pues no le gustaba que siguiera siendo formal con él- —No lo haré —contestó, dándole una mirada inquebrantable—. Por lo que me respecta, usted es mi superior y solo así lo voy a ver. Elías a veces se frustraba con ella; no podía sermonearla ni discutir y ni siquiera podía ser demasiado duro con sus palabras por miedo a que ella se vengue en modo pasivo-agresivo. Sin embargo, por alguna razón, era paciente con ella, incluso cuando le gritaba y se ponía terca. —En ese caso, ya me voy. Llámame si necesitas algo —añadió él. Cuando se le acercó, ella sintió que se le apretó el pecho. Aun así, por fortuna, él no le hizo nada, sino que solo abrió la puerta para irse; al cerrarla, ella suspiró del alivio. Luego, fue a bañar a Alejandro y lo acostó en cama para leerle un cuento. En momentos como este, en los que se dormía su hijo, podía contemplar su cara y dejar que su mente divagara un poco.
 
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