¿Tuvimos un hijo

Capítulo 213

La sangre le brotó al cerebro, mientras se le sonrojaban las mejillas. Anastasia se congeló ante los movimientos de Elías, cuyo beso cálido era todo lo que podía sentir en los labios, uno prolongado y desesperado, el cual le dio para mostrarle que no iba a despreciarla. La mente de ella se quedó en blanco al dejarse dominar por Elías. Cuando él la soltó, puso su frente contra la de ella y murmuró con una voz baja y ronca: —Escúchame, Anastasia. Como yo te desprecio, tú tampoco tienes que despreciarme. No me interesa tu pasado, sino que quiero estar en tu futuro. En ese momento, sin poderse controlar, Anastasia se puso roja y lo apartó, furiosa, fijando la mirada en él. ¡¿Estaba loco?! Estaban en la entrada de la empresa; si alguien los miraba, ella nunca podría aclarar el malentendido. —Te lo estoy advirtiendo, Elías… —amenazó Anastasia de repente—. Será mejor que no me toques o… —Te casarás conmigo —sonrió Elías, terminando su frase. Ella lo miró boquiabierta y no se le ocurrió nada para contestarle, así que se dirigió a otra calle peatonal. Esta vez, él no la siguió, sino que se calmó, creyendo que ella ya no tendría pensamientos suicidas; al fin y al cabo, quería demasiado a su hijo como para hacerlo. Por otra parte, Anastasia se sentó en una cafetería, con la cara enrojecida. «Nadie nos miró hace rato, ¿cierto?», rogaba en silencio que los hubieran visto besándose. De no ser así, no podría seguir trabajando en la oficina. Sin importar la ocasión, Elías se aprovechaba de ella y, por eso, era una persona horrible. Cuando le sirvieron, Anastasia bebió un poco del café helado, el cual la ayudaba a tranquilizar sus nervios, pues estaban a finales de otoño, en noviembre. Su repentino arrebato de ira se debió a la acumulación de resentimiento que le tenía a Érica desde pequeña y no pudo contenerse más. Ahora que lo pensaba, no debía estar molesta; después de todo, solo se hacía daño a sí misma. Su teléfono sonó en ese instante, indicándole que la llamaba su padre. Jamás esperó lastimar a Érica con esa carpeta que le lanzó. —Hola, papá —contestó. —Anastasia, ¿qué pasó entre tú y Érica? ¿Se pelearon? —preguntó con un tono acusador. —Sí, la herí por accidente —se disculpó. —¡Anastasia Torres! —sonó de repente la voz furiosa de Noemí al otro lado de la línea telefónica—. ¿Estás intentando destrozar a mi hija? ¡¿Estás contenta ahora que le rasgaste la cara?! —Al escucharla, Anastasia frunció el ceño… ¿Su papá estaba en casa?—. ¡Siempre has molestado a mi hija! ¿Por qué tiene una vida tan dura? ¡No ha trabajado ni dos días y ya la lastimaste! ¡No te pases! Noemí sonaba exasperada. Sin palabras, Anastasia volteó los ojos, pues Noemí estaba actuando como la parte culpable en una demanda, fingiendo causar lástima. —Primero, deberías preguntarle a tu hija cómo me difamó en el trabajo —le contestó sin retraerse. —No es como que no conozcas el temperamento de Érica. Solo es directa y a veces le gusta ser entrometida, pero eso no te da el derecho de herirla y despedirla de su trabajo. Si la herida le deja una cicatriz en la cara, jamás te lo perdonaré —dijo Noemí y resopló, justificando las acciones de su hija. —Muy bien, ya es suficiente. Su pelea no fue tan seria —le dijo Franco a Noemí, tranquilizándola mientras esta sollozaba. —Si no tienes nada más que decir, voy a colgar. Adiós, papá. —Anastasia estaba harta de Noemí porque estaba fingiendo pena delante de su padre, tramando recordarle que tenía un lugar en el corazón de Franco. En la oficina, Elías había acabado con los chismes sobre Anastasia y despidió a tres empleadas en un solo día: a la hermanastra de Anastasia, así como a otras dos mujeres. Gracias a sus acciones, el resto del personal ya no se atrevió a hablar mal de Anastasia, quien, cuando ella regresó a la oficina, nadie le dijo una palabra, aunque algunos ojos curiosos posaron la mirada. Al ver que el presidente Palomares la defendió, ¿significaba que tenían una relación? Tras el incidente de hoy, el rumor parecía convertido en una realidad.
 
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