La Novia Equivocada Novela de Day Torres

LA NOVIA EQUIVOCADA By Day Torres CAPÍTULO 3

CAPÍTULO 3. El que se trague el cuento, pierde

el fondo tiene buen corazón, y sobre todo le gusta que lo adulen. Amelie se cruzó de brazos. —¡Pues jodidos vamos porque yo no soy buena para eso! —declaró y Paul le abrió los ojos, aguantándose la risa—. ¡Ay, perdón! —Tú imagínatelo como una obra de teatro, no puede ser la primera vez que le mientas a alguien —Paul se encogió de hombros—. Hazle la pelota, arrodíllate a sus pies, incomódalo hasta que se apiade de ti. Él se hará el ofendido y tú la víctima indefensa. ¡El que primero se trague el cuento, pierde! Amelie lo miró con ojos brillantes y sonrió. —Usted tiene una mente muy macabra… ¡me gusta como piensa! Pero no será tan fácil que CEO me reciba. —No te preocupes por eso, a las doce del mediodía me desharé de su asistente! —dijo Paul—. Te conseguiré diez minutos, procura aprovecharlos. Amelie apretó los labios y suspiró con determinación. —¡Por supuesto que sí, gracias señor Anders! Si había que hacer todo un espectáculo para poder conservar aquel trabajo entonces lo haría. Al final aquel hombre tenía razón, no sería la primera vez que tendría que ofrecer disculpas inmerecidas, sobre todo cuando era más pequeña y la caprichosa de Stephanie le hacía la vida imposible. “Bueno, Meli, también le pusiste tacones al hombre… ¡eso te pasa por impulsiva y por bocona!”, se regañó. Pero finalmente estaba decidida a conservar aquel trabajo, así que en cuanto dieron las doce, se apostó en una esquina y vio cómo el señor Anders se llevaba a la secretaria del CEO. Enseguida corrió hacia su puerta y entró sin pedir permiso, pero estaba a punto de disculparse cuando se dio cuenta de que no había nadie. —¿Señor King…? ¿Señor King? —llamó abriendo otra de las puertas y gritó girándose bruscamente. —¡Maldición! —gritó Nathan terminando de cerrarse la bragueta—. ¿¡Qué haces en mi put0 baño!? —¿Preferiría que lo persiguiera en el baño de alguien más? —preguntó Amelie con tanta inocencia que Nathan no se lo podía creer. —¡Preferiría que no me persiguieras en absoluto! ¿Qué demonios haces aquí? ¿Cómo entraste? ¿Qué quieres? Y por más raro que fuera aquello, cuando Nathan fijó en ella aquellos ojos claros y penetrantes, Amelie tembló y no era de miedo, estaba a punto de salir corriendo de allí pero Nathan la sujetó por el brazo. —¡No te atrevas a irte! —gritó acercándose más a ella y la muchacha sintió que se aflojaban las rodillas. Nathan King despedía un olor a hombre que nublaba la vista—. Ahora me vas a decir qué demonios estás haciendo aquí y si no lo haces… —Espere, señor King, espere —dijo Amelie con voz suplicante—, he venido para ofrecerle disculpas. No quería ofenderlo, pero estaba tan nerviosa que no pensé en lo que estaba haciendo. Lo único que quiero es conservar mi trabajo, por favor no me despida, se lo ruego. Nathan la soltó, mirándola como si de repente le hubiera salido otra cabeza. —¿Es una jodida broma, verdad? ¿De veras pretendes que no te despida después de cómo me faltaste al respeto? —gruñó—. ¿¡Y encima te metes hasta mi baño privado y me ves medio desnudo!? —¡No, no, no, yo no vi nada, nada de nada, se lo juro…! —pero la cara de Nathan solo le advirtió que lo había empeorado—. ¡Digo que seguro que hay mucho! ¡Seguro que hay mucho, muchísimo que ver…! Para ese momento los dos estaban rojos como tomates y Amelie ya no sabía ni lo que hablaba. Solo le llegaron a la mente las palabras del señor Anders: “Él se hará el ofendido y tú la víctima indefensa. ¡El que primero se trague el cuento, pierde!” Un segundo después Amelie hacía el mayor acto de su vida cayendo a los pies de Nathan King. —¡Ay señor CEITO, no me despida! —suplicó juntando las manos mientras Nathan la miraba con espanto—. Yo soy una pobre chica indefensa y nunca he visto muchos hombres en mi vida, y cuando lo vi en el ascensor me deslumbré… —¿¡Eh!? —¡Es todo culpa suya! ¡Si usted no fuera tan atractivo yo no me hubiera puesto tan nerviosa! Pero le juro que no fue con mala intención, señor CEITO, ¡Se lo juro! —Para ese instante ya Amelie lo agarraba por una pernera del pantalón y Nathan trataba de subirse a la mesa, retrocediendo, como si ella estuviera a punto de morderlo—. ¡Yo necesito mucho este trabajo, señor King! ¡Por favor no me despiiiiiiidaaaaaa! ¡Le prometo que nunca más va a tener quejas de mí, es más ni siquiera me va a ver! ¡Pero un hombre tan apuesto tiene que tener

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